Al sur del Quindío, en el corazón de la cordillera, enclavado en un paraíso de montaña y cafetal se encuentra Génova. Está ubicado a 54 kilómetros de Armenia, toma una hora y 20 minutos llegar allí en vehículo particular, partiendo de la capital quindiana.
Desde el emblemático Barragán, cruce de caminos entre Calarcá, Pijao y Caicedonia, por un camino rodeado de hermosa vegetación y sobrecogedores paisajes, se viaja hacia este municipio, mientras se ora el Padre Nuestro. Es difícil mantener la mirada en el centro de la vía, porque a lado y lado se derrama tanta belleza, que es imposible abstenerse de mirarla: la inmensidad tendida sobre montañas azules, cultivos inmaculados, casas campesinas que exhalan humo de leña y olor a café recién tostado, pintorescas fachadas y patios en los que se seca el mágico fruto a cielo abierto, caminos para cabalgar mil aventuras y cascadas imponentes que invitan a suspender el viaje para bañarse en ellas.

La ruta que conduce hacia Génova es en sí misma un regalo para los sentidos, sin embargo, muy cerca del destino, nuevos lugares atrapan el alma: una casa construida sobre dos árboles, donde debe ser increíble permanecer, para recibir el amanecer entre ramas, aromas y gorjeos.
Un abrazo de cordillera da la bienvenida a un espacio pintoresco, vital, exultante de alegría, que en la plaza principal deja escuchar el rumor de mil historias que se tejen entre tazas de café, botellas de cerveza y camaradería.
Los campesinos, venidos de todos los rincones verdes y azules de la reserva hídrica del Quindío, bajan al pueblo el día de mercado —sábado—, para dejar su cansancio y reinventar la alegría, para compartir, en un entorno donde el tiempo se ha detenido, pues las calles se visten con la tradición de los ancestros.
La preciosa y cuidada arquitectura, guarda en sus puertas y ventanales de muchos colores, toda la valentía de los pueblos fundadores y la Iglesia —el más bello templo católico de la región—, tiene fundidas en sus puertas no solo las imágenes de Jesús y de María, sino también todo el pasado del hermano pueblo italiano de Génova. La cúpula inmensa y cautivante, rebosa de golondrinas que se encuentran en un concierto eterno y San Isidro Labrador —con su propia identidad cafetera—, reina junto a otras imágenes dentro del epicentro de fe.
La plaza, que rinde tributo a la cultura cafetera, es un alboroto de risas infantiles y emoción adolescente. ¡Todo el pueblo cabe en ella, porque es inmensa en posibilidades!
A un lado, una bella tarima permite presentar toda clase de espectáculos, que pueden apreciarse en días festivos. La oferta gastronómica es exquisita y variada, así como el café que puede disfrutarse en diversos lugares. Deben destacarse espacios como la biblioteca municipal y la casa de la cultura, perfectos para los amantes de la buena lectura y el arte.
El Salto de las Brisas, la laguna del Muñeco y la laguna de Juntas, son lugares majestuosos que con suficiente tiempo y buena condición física pueden visitarse para apreciar un derroche de hermosura natural y respirar el aire más puro.
Tomado de: https://www.cronicadelquindio.com/opinion/opinion/bello-rincon-quindiano